Bajo siete llaves, las siete vidas del gato, los siete días de la semana, las siete puertas de la sabiduría, los siete pecados capitales, los siete colores del arcoíris y las siete notas musicales. Diego Singer*, filósofo, se anima a responder Siete Enigmas.
Filosofía
Arte de vivir a destiempo. Práctica que no teme señalar la estupidez y avergonzarla. Patología de la sensibilidad. Disciplina que permite tejer argumentos con el único fin de consolidar la huida. Condición de posibilidad. Insistencia de lo inútil. Máquina infinita de ficcionar. Nombre que le damos a la disposición para que haya problemas.
Muerte
Creo que tenía 11 años. Habíamos ido a pasar un fin de semana en Mar del Plata con la excusa de festejar el cumpleaños de mi viejo. Volviendo a casa por la ruta iba sentado en la parte de atrás del auto, entre mis dos hermanos. En un momento, sin ningún tipo de aviso previo, ya no pude respirar. Al principio no entendí lo que me estaba pasando, rápidamente me desesperé pero ni siquiera podía hablar, me tiré instintivamente hacia adelante hacia el conducto de la ventilación del auto. Nada.
Supongo que por haber leído o visto en alguna película que cuando estás por morir se te aparecen imágenes de tu vida, algo de eso ocurrió mientras aún no podía respirar: flashes de la memoria que se iban sucediendo sin orden claro ni hilo conductor. Finalmente, después de que mi viejo paró el auto al costado de la ruta y pude salir, empecé a respirar. Días después me diagnosticaron una neumonía leve que me permitió terminar la escuela primaria sin hacer los exámenes finales.
Lo que aprendí de esa experiencia es que la muerte es lo que desde siempre estamos anticipando. Y que nuestro cuerpo conserva una memoria de lo que todavía no pudo acontecer. No se trata de pánico, que es una forma de aferrarse de lo viviente. Es ante todo una anticipación de la ausencia. Como si la disolución inevitable en la nada estuviera horadando permanentemente lo que somos.
Poder
Aprendimos de Foucault, de Nietzsche y de Spinoza (en este caso no poder, sino potencia) a evitar la asociación directa del poder con una mala palabra. El poder produce, crea, moldea, articula. El poder permite, habilita, jerarquiza, teje lazos, constituye desequilibrios.
Estamos todavía presos de una concepción del poder como opresión y sigue siendo nuestro sueño liberarnos. No sabemos para qué o hacia dónde, ni comprendemos lo que una suerte de liberación completa podría significar. Sin embargo nuestro problema principal no es lograr una liberación sino, casi al contrario, aprender al fin a obedecer.
Así habló Zaratustra respecto al camino del creador: “¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo. ¿Eres tú alguien al que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servidumbre”.
Para salir del relativismo debemos deponer el supuesto del sujeto soberano de sí mismo, aquel que no quiere ser mandado por nadie. Es necesario que realicemos al mismo tiempo una inversión de la fórmula neoliberal del “querer es poder” y comprendamos de una vez que “poder es querer”, es decir, que solamente hay un “sí quiero” como resultado de un poder que manda. ¿Por qué pensar que existe algo así como el “deseo de libertad” y no el “deseo de sumisión”?
Pandemia
Quizás es tan poco lo que tenemos que no podemos más que estar aferrados a ello. Este es un momento donde lo que ya estaba presente, puede al menos salir a la luz. El modo actual que tenemos para impedir que algo suceda no es principalmente la censura, sino la infinita producción de banalidad. En esta situación hay afectos pendulares: queremos salir rápidamente de la cuarentena para que no se haga patente esa banalidad, para retomar el ritmo en el que aprendimos a sobrevivir. Y a la vez queremos de algún modo cuidar la vida y entonces obedecemos el mandato de distanciamiento y encierro. Si pudiéramos ser capaces de preguntarnos ¿qué es lo que queremos cuidar cuando cuidamos la vida?, entonces lo que ese comportamiento pendular pretende adrede ignorar podría afectar seriamente lo que somos.
Hay un cierto complacerse en el desastre, en la interrupción y en la excepción por parte de quienes se sienten de uno u otro modo atrapados en un modo de vida que les cuesta sostener. A la vez, se percibe un terror a que ese modo de vida y lo que permite se diluyan. Se pasa entonces de la demanda de seguridad (ninguna medida es suficiente) a la ilusión de la gran transformación (nada será igual). Lo más sincero que ocurre entre un lado y otro del péndulo, es la angustia.
Futuro
Es una suerte de abstracción para hacer entrar allí lo que ya indica hoy nuestro corazón.
Revolución
Habría que recordar que Karl Marx publicó El 18 de Brumario de Luis Bonaparte en una revista cuyo nombre era Die Revolution. Las primeras palabras de esta obra de Marx son, con toda justicia, muy famosas: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa.”
Creo que esta misma sentencia puede utilizarse para pensar la revolución. La voluntad de cambiarlo todo, de comenzar de nuevo, de transformar el mundo desde la raíz, fue tan grandiosa que no pudo más que ser trágica. Hoy en día, cada vez que escucho hablar de revolución, no puedo evitar pensarla como algún tipo de farsa. Desde la banalidad más evidente cuando se usa para nombrar la novedad más pueril como “tal publicación revolucionó las redes sociales”, hasta las proclamaciones políticas que se hacen en nombre de la revolución.
Tenemos que crear otras maneras –no solamente otros términos– para hacer posibles las transformaciones, de eso no tengo dudas. En ese sentido, no hay que descartar todo lo que la palabra “revolución” nombra, no hay que renunciar completamente a ella. Habría que evitar, al menos, tres de sus características: el idealismo, el voluntarismo y una cierta visión de “todo o nada” que impide abrir la sensibilidad a lo que sucede.
Siete libros
Agua, perro, caballo, cabeza, Gonçalo M. Tavares
El caballo y el gaucho, Pablo Katchadjian
En las cimas de la desesperación, E.M. Cioran
La mujer desnuda, Armonía Somers
Calle de mano única, Walter Benjamin
El sexo y el espanto, Pascal Quignard
La flor de lis, Marosa di Giorgio
*DIEGO SINGER
Profesor de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y Maestrando en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad en la misma Universidad. Coordina grupos de estudio de Filosofía abiertos a la comunidad. Dicta regularmente cursos para profesionales de la salud mental en diversas instituciones hospitalarias de la Ciudad de Buenos Aires. Es Profesor de la Diplomatura de Estudios Avanzados en Psicoanálisis (UNSAM) y Director de la Diplomatura en Subjetividad y Estado (UNLZ).
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