UNA CRUZ IMPROVISADA

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Manejo por la ruta, hay un sol radiante y a los costados todo es verde. Veo a un hombre levantando un cartel pidiendo que lo lleven a algún lado. Freno y bajo el vidrio, se parece a Forrest Gump cuando decide dejar de correr. No le entiendo, es como si jugáramos a hablar bajo el agua. Siento un olor fuerte y veo que detrás de él aparece un matadero que empieza a incrementar de tamaño hasta meterse en la ruta. El hombre desaparece. Mi auto desaparece. Estoy dentro de un corral al lado de un chancho que está por ser carneado. Veo su piel rosa, quiero morderlo. 

Tengo dolor de cabeza y me zumban los oídos, como si anoche hubiese estado en una fiesta donde fumé y tomé demás. El olor del matadero está por toda la casa. Me marea, siento ganas de vomitar. Abro la ventana para ventilar y lo veo: está cubierto por una parva de moscas, ensangrentado, con el pecho desgarrado producto de forzar la apertura de sus patas delanteras, una cruz improvisada, tres clavos y el cadáver de mi perro entumecido.

Desmonto la escenografía del terror. Guardo todo en una bolsa de consorcio enorme. Limpio para disminuir el olor y que no llegue a los vecinos. Mis problemas y traumas están dentro de un nilón negro. Me pincho con un alfiler para ver si estoy soñando. Busco una gasa. De noche cavaré un pozo.

No puedo dormir, todavía siento el peso de la bolsa que contenía el cadáver y la cruz en los brazos. El sonido de la pala contra la tierra se repite en mis oídos una y otra vez. A oscuras la habitación parece más grande. Lleno la bañera con agua caliente. Quién puede ser tan sigiloso para meterse en mi casa, matar a mi perro y crucificarlo sin que me dé cuenta. Me sumerjo buscando respuestas y escucho miles de voces al unísono. Los fantasmas hablan el mismo idioma que los peces.  

Pongo agua para el mate. Me imaginé mil formas en las que pudo pasar y más de veinte asesinos. Pero ni la noche más larga demora el inicio del lunes, en treinta minutos tengo la primera reunión de la mañana. Tomé la decisión de no contarle a nadie lo que pasó. Me acomodo en el escritorio y enciendo la compu. El fondo de pantalla es distinto, la foto es de mala calidad y está oscura, pero reconozco el lugar: es mi patio y se puede ver la cruz donde encontré crucificado al perro. Bajo la tapa de la computadora. Un silbido agudo invade toda la casa. No hago el mate. 

Reviso la casa con la cuchilla que uso para filetear las pechugas. Antes de entrar a una habitación me pongo frente a la puerta, agarro la manija, cuento hasta tres y entro rápido con la intención de agarrarlo desprevenido. Si encuentro al asesino no sabría qué hacer, ojalá se asuste y salga corriendo, quizás por eso entro a los gritos. Soy la presa más fácil de todas.

Me falta el aire y camino trastabillando, llego a agarrarme de la pileta del baño. Me mojo la cara y veo que la bañera está llena de agua. Los latidos del corazón rebotan por todos los azulejos. 

Meto el dedo. 

Está tibia.

Me quedé dormido en el piso, todo está oscuro. Escucho una respiración rápida y poco profunda que viene del pasillo, como si jadeara con la lengua hacia afuera. ¿Toby? Escucho un llanto corto y agudo. Prendo la luz del pasillo y veo unas patas de perro embarradas en el piso que trazan un camino hasta la cocina. Las sigo, van hasta el patio. 

Llueve a cántaros. Voy hasta donde enterré al perro. El pozo está abierto, pero no hay cadáver. Alguien silba detrás mío, como llamando a un animal. Veo una silueta a contraluz, tiene una correa en la mano. Del pozo vienen ladridos, bajo y escarbo la tierra con las manos, pero no encuentro nada. 

Algo me cae en la cabeza, los ladridos desaparecen. Me doy vuelta y veo que me están echando tierra con una pala. Me quiero levantar, pero tengo sueño. Cierro los ojos y estoy en la ruta, hay un sol tremendo. Alguien levanta un cartel a lo lejos.



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