
Fragmentos de Una erótica del café (Punto final ediciones 2021)
“Recuerdo a un amigo; lo llamaremos Ismael por ser un nombre que a él le gusta (pienso que será el nombre de su futuro hijo). Él se encontraba turbado por el siguiente pensamiento: «No sé qué hacer, hace dos horas que estoy viendo qué hago». «¡Viendo qué hago!» —pensé antes de responderle. Esa duda terriblemente obsesiva que somete al pensamiento a una vorágine pasional de preguntas, hipótesis y conclusiones no hizo más que hacerle perder horas de su vida. Y él, que creyendo que por no elegir no había perdido nada, terminó perdiendo dos horas de su vida.
Por eso detesto las cápsulas, porque son un síntoma horrible de un mundo vertiginoso. La consigna del café ha mutado. Ya no se dice: «tómese un café para pasar el tiempo», ahora dicen: «no pierda tiempo, tómese un café y siga».
Eso, si lo piensan bien, elimina uno de los elementos fundamentales del café, o tal vez dos…
La rapidez, la categorización puramente instrumental del café quita de la ecuación al otro, al compañero, al partenaire. Además (y esto puede ser una obviedad), lo desplaza como objeto de placer, de objetivo en sí mismo a un mero medio, herramienta o instrumento al servicio de otro fin que, me atrevo a decir, no es enteramente del bebedor.
Este libro, verán, es una apología delirante del café, del psicoanálisis, del sexo y de las relaciones. En fin, una apología con tintes de historización. ¿O la historización habrá sido la excusa? ¿O la excusa habrá sido el café para hablar de las relaciones? ¡Qué importa! ¡Avanti!”
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“Alguna vez me pregunté si el placer que sentía al beberlo se trataba del objeto en sí mismo. ¿Hay alguna propiedad exclusiva en el café que lo haga placentero? De ser así, todos deberían sentir placer con él, mas tengo muy en claro que no es así. A los materos o cerveceros les pregunto: su primer mate o su primera cerveza, ¿fue sabrosa?
Es raro, porque no conozco quien no se tiente ante un chocolate pero, al mismo tiempo, no existen (o al menos no conozco) a los apasionados del chocolate, como sí los hay del café, del mate o de la cerveza. Nadie dice «¿vamos a juntarnos a comer chocolates?», pero sí se dice «¿vamos a tomar, un café, ( o una cerveza, o unos mates)?».
El chocolate se me hace muy personal, más cercano a una paja, como si comerlo fuera un acto masturbatorio per se. En cambio, el café, el mate o la cerveza se comparten, lo que los acercaría al sexo.
Por otra parte, ¿quién no la pasó mal en su primer encuentro sexual? El debut, como le dicen en el barrio, debe haber sido (y seguirá siendo, probablemente) una cagada para todos. Ninguno sabe bien qué hacer con su propio cuerpo, ¡imagínense con el del otro!”

Javier del Ponte es psicoanalista, docente de Problemática Filosófica de la UNR y Lingüística en el IUNIR. Escritor, autor de Renovatio (2014), Tinieblas (2015) y Los casos de Saint Vincent Holmes (obra ganadora de los premios Wattys 2018).
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