VIVA MÉXICO, CABRONES III

con No hay comentarios

VOCACIÓN DE MUERTE

He estado pensando toda la noche en lo que le voy a decir. No puedo apendejarme y dejar pasar la oportunidad de hablar con él, con “el señor”. Me va a conceder unos minutos nada más. “No te vayas a hacer bolas, ni a ponerte nervioso —me recomendó el Águila, el macuarro que le cuida las espaldas y quien me consiguió la cita—.  Te vas directo a lo que le quieres decir, sin puterías.  Ve directo al grano”.

— Quiero ser sicario y de los buenos. — Le dije al patrón sin dudarlo—. Ya lo he pensado mucho y creo que si puedo servir a la empresa. Nomás está que me dé una chance.

— ¿Y qué chingados quiere usted que yo haga muchacho? ¿Acaso me ve cara de reclutador o de contrata pendejos?

— No señor, es que…

— ¡Váyase a chingar a su madre morro tarugo antes de que lo mande quebrar! ¡Cabrón, primero aprenda a ganarse las cosas!

— ¡Pero le puedo demostrar que si puedo!

Mi cara se retorcía de impotencia. Tenía los puños apretados y las mandíbulas trabadas, quizá por tanto cristal que me había metido, pero tenía que convencer al patrón que me dejara ser parte del brazo armado de la empresa. Un sicario con todas las de la ley. Sabía que podía.

— ¿Y cómo me lo vas a demostrar? ¿Matando a cualquier cabrón? —Me dijo mirándome a los ojos pero ya más tranquilo —. Mire mijo, ya no me haga enchilar y lárguese, que en este negocio, ni entrar, ni salir es fácil. Aquí se gana uno las cosas. Sígale desde abajo, quédese de halcón. Ahí está usted bien.

— Señor, yo puedo demostrarle que sé hacer bien ese jale. De hecho, ya he estado practicando.

— ¡Ah cabrón! — me dijo manifestando su sorpresa en su rostro —. ¿Cómo que has practicado?  ¿Pos a quién has matado o qué?

Le comencé a platicar de cómo había secuestrado a la morrita que iba saliendo de la escuela el día de San Valentín, de cómo inventé métodos de tortura y cómo me quité las ganas violándola para después matarla. De cómo tumbé a un cabrón mucho más grande y más fuerte que yo, cómo lo sorprendí con un palazo en la cabeza, cómo lo trepé yo sólo en la camioneta de mi jefe para llevarlo a matar. Y cómo también levanté a esa señora que cuando iba caminando se me quedó viendo feo, como juzgándome, a ella especialmente, tenía que matarla. Le conté sobre mi fosa particular, ahí donde aviento los cuerpos. Le presumí de ese lugar bien alejado dentro del rancho de mi tío Jorge, y que para llegar está bien cabrón.

Me había emocionado tanto contándole todo lo que había hecho, presumiéndole que ya estaba listo para chambear directamente con él, que no me di cuenta de su rostro desencajado, del cambio de color en su cara morena. De los ojos de diablo que se le habían encendido.

— ¡Muchacho pendejo! — me dijo con voz profunda—. Planeaste todo bien, y lo hiciste, pero ¿a quién crees que le han cargado todos esos muertitos? ¿A Dios? Por tu culpa la plaza se ha calentado tanto y tu, como si nada. ¡Águila, llévate a este pinche morro y háganlo sufrir como a nadie! ¡Ni idea tienes de lo que has hecho pendejo!

Y aquí estoy, colgado del pellejo, con un dolor indecible. Sólo espero mi muerte pero no me muero. ¡Chingada madre! Y yo que sólo quería ser sicario… pero de los buenos.

¡Compartí este contenido!

Dejar un comentario