WARHOL, CUARENTENA, PIZZA EN VIVO Y KILLER BURRITOS

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Un hombre está sentado en una mesa. Frente a él hay una bolsa de Burger King y una botella de kétchup. Abre la bolsa en silencio, saca servilletas y una hamburguesa que empieza a desenvolver. Pone kétchup en un costado y unta la hamburguesa antes del primer bocado. Repite esa acción varias veces, casi sin mirar a cámara. Se limpia la boca, en la mesa no hay agua ni gaseosa ni nada para tomar. Le saca uno de los panes a la hamburguesa, la dobla, la vuelve a sopar en el charco de kétchup y come unos bocados más. Mientras mastica junta las sobras y las mete en la bolsa. Hace un bollo, cruza las manos sobre la mesa y cuarenta y pico segundos después dice: “Mi nombre es Andy Warhol y acabo de comer una hamburguesa”.

Esta acción es parte de la película del cineasta danés Jørden Leth 66 escenas de América filmada en 1982. Warhol la hace a pedido, en una sola toma, siguiendo las indicaciones del director: comer, mirar a cámara, decir su nombre y lo que acaba de hacer.

En 2013 un niño que fue famoso y ahora es un hombre está sentado en una mesa. Frente a él hay una bolsa de papel madera y un pimentero. Abre la bolsa en silencio, saca unas servilletas y un plato de cartón con una porción de pizza; le pone pimienta y empieza a comer. Está imitando a Warhol treinta años después. La acción no está siendo filmada en 35 milímetros como la película de Jørden Leth, es una grabación digital que va a circular por internet para promocionar The Pizza Underground. El actor de Mi pobre angelito creció, come pizza y tiene una banda de comedy rock. Mientras mastica junta las sobras y las mete en la bolsa. Hace un bollo, cruza las manos sobre la mesa y cuarenta y pico segundos después dice: “Mi nombre es Macaulay Culkin y acabo de comer pizza”

En 2020 hay una gripe que se hace pandemia y que puede matar. En todo el mundo se toman medidas para evitar contagios. En Argentina se decreta el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, se prohíbe la circulación en las calles, cierran los bares y las escuelas, se suspenden casamientos, cierran los bancos, se levantan los puestos de flores, se suspenden las ferias de arte, cierran las peluquerías y las fronteras, se cancelan vuelos, se aplazan los torneos de fútbol y el recital de Fito Páez se traslada del hipódromo de Rosario a su casa. Al otro día de ese recital de living, César “Coki” Debernardi publica en Instagram: “Hoy 21:30 hs como pizza en vivo”.

Mientras Andy Warhol comía su hamburguesa, grabar un disco en Rosario era como viajar a la luna. A comienzos de los ochenta Coki todavía no había tocado en la peña folklórica del Club ADEO de Cañada de Gómez, no había sido asistente de Los Abuelos de la Nada, no le habían tirado piedras y una iguana muerta mientras tocaba con su banda Punto G, no había ganado un concurso de bandas en el Anfiteatro de Rosario, no había viajado en un colectivo con Sumo y Los Pericos para tocar en el Estadio Chateau de Córdoba, faltaban algunos años para que Fito Paéz le ofrezca producirle un disco y para que se vuelva caminando a su casa desde el Estadio de Rosario Central después de ser telonero de Sting.

Mientras Macaulay Culkin comía su porción de pizza, las computadoras ya traían grabadoras de CDs. A comienzos del segundo milenio Coki ya había grabado tres discos con Punto G y cinco más con los Killer Burritos. Su simple llegaba a las radios como el lado B de “Mi novia se cayó en un pozo ciego” de los Cadillacs. Había compartido escenario, giras y grabaciones con Gustavo Cerati, con Andrés Calamaro, con Vilma Palma y con Charly García. Había hecho una gira por España y había filmado un videoclip en el baño de su casa, rodeado de corazones.

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Domingo 22 de marzo, tercer día de cuarentena, 21.30 horas, Rosario, Instagram. La transmisión empieza. Se ve una habitación iluminada con tonos violetas, hay una mesa y Coki Debernardi se acerca a ella varias veces llevando cosas. No se distingue bien qué lleva, va y viene en una escena de encuadre vertical. La promesa se cumple: el músico va a comer pizza en vivo.

Cuando la COVID-19 suspendió el recital de Fito Páez también suspendió el recital de Coki & The Killer Burritos. Desde las 00:00 horas del día 20 de marzo de 2020 las transmisiones en vivo por plataformas digitales se multiplicaron: lecturas, recetas de cocina, coreografías, misas, tutoriales para lavarse las manos y clases de gimnasia se trasladaron a las pantallas. Las acciones más repetitivas y mundanas que antes se hacían en la intimidad empezaron a compartirse, replicarse y likearse; se abrieron ventanas para espiar hogares con permiso.

Cuando Coki vivía en Cañada de Gómez, y ensayaba enchufando micrófonos y guitarras a cualquier parlante, no era común ver a los músicos en movimiento. Los artistas estaban en imágenes fijas en las tapas de los discos, en las fotos de las revistas y en los posters. El juego era imaginar cómo se movían. Hoy la escena musical cambió, ya no hace falta esperar que llegue la pasta al país para fabricar un disco, no hacen falta contratos ni sellos discográficos para grabar y distribuir música, hay recitales al precio de una consumición de bar y videos de casi todo circulando en internet. Hoy vemos a los músicos moverse y comer pizza, aunque a veces de eso no quede registro.

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Domingo 19 de abril, trigésimo segundo día de cuarentena, 19.43 horas, Rosario, WhatsApp. Le pregunto a Coki si guardó el video en su archivo de historias de Instagram y me dice que no. Decido escribir este texto de todas maneras, a partir de los minutos que vi de la transmisión.

Miro entrevistas que están publicadas en Youtube y tomo notas que empiezan a entramar la épica de un músico que decido pensar como artista visual. Miro sus publicaciones en Instagram y me encuentro con unos espárragos gratinados presentados como si fueran una obra de Basquiat y una prepizza que dice ser una pintura de Pollock; encuentro una mirada artística sobre lo cotidiano, encuentro humor y sarcasmo.

Hay algo en el gesto de Coki que se pone en diálogo con la acción de Warhol. Hay algo más que está hablando en eso que hace un músico que una vez quiso pintar lo que no pudo escribir y que dejó la carrera de Bellas Artes en tercer año porque se enamoró de la respuesta instantánea que tiene tocar y cantar para una, dos, cuarenta o mil personas. 

Encuentro valor en la pérdida del video, porque lo liga aún más a la idea de performance, de la que no queda rastro una vez que se terminó, que implica estar ahí, en ese momento y en ese lugar, aunque sea un lugar virtual.

Hay un montón de cosas que no sé de ese vivo. No sé cuánto duró, no sé cuánta gente lo vio, no sé si hubo reacciones, no sé qué tipo de pizza era, no sé si estaba en un plato de cartón, no sé si le puso pimienta, no sé si comió con la mano o con cubiertos. Creo que había música pero no recuerdo qué. No sé cómo terminó la transmisión, no sé si la dejó publicada en sus historias durante 24 horas como permite la aplicación o si sólo fue ese momento que yo decidí dejar de mirar a los pocos minutos. Me perdí la acción, me perdí los detalles, no puedo reconstruir la escena pero me gusta imaginar que, cuando terminó de comer, el performer cruzó las manos sobre la mesa y cuarenta y pico segundos después miró a cámara y dijo: “Mi nombre es Coki Debernardi, acabo de comer una pizza”.

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4 Respuestas

  1. Fede
    | Responder

    Tremendo, muchas gracias!!!

  2. Nacho
    | Responder

    Qué maravilla!

  3. Hernan Druetto
    | Responder

    Maravilloso, y mágico a la vez. Que nunca aparezca ese vídeo por Dios… que sea leyenda, como lo son las canciones del Emperador. ❤️

  4. Seba
    | Responder

    Gran momento!! verlo a coki comiendo!! Me gusto mucho verlo…

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