
Según un conocido proverbio pragmatista, para entender un fenómeno determinado es necesario analizar los hábitos que genera y las prácticas que implica. Por este motivo, puede ser interesante identificar alguno de los hábitos y de las prácticas en los que se apoya el modelo Bukele, el cual está tentada a utilizar en nuestro país la ministra de seguridad Patricia Bullrich.
Un hábito importante del modelo Bukele está relacionado con la decisión de construir el Centro de Confinamiento del Terrorismo, cuya capacidad permite alojar 40.000 detenidos en sus más de 230.000 metros cuadrados de extensión. Un segundo hábito es el de mostrar de forma pública, y con una espectacularidad que roza lo escabroso, el trato que reciben sus internos: “Ellos no tienen derecho a visitas, no tienen derecho a llamadas, no tienen derecho a ningún contacto con el exterior, tienen una cama de metal sin almohadas, sin cobijas, sin absolutamente nada”, dijo Christian Guevara, referente político del partido de Bukele. Un tercer hábito se vincula con que una gran cantidad de las detenciones se suelen dar sin una orden judicial fundada en el marco de un Estado de excepción.
En síntesis, los hábitos y las prácticas del modelo Bukele parecen apoyarse en la siguiente premisa: dado que se está procurando detener a supuestos pandilleros, entonces no es necesario tener límites con la imposición de dolor hacia estos últimos. Ahora bien, ¿existe al respecto una imagen alternativa? ¿Es posible, además de deseable, abordar el problema de la criminalidad violenta de otro modo? Un distinguido criminólogo noruego, Nils Christie, afirmó que una de sus premisas básicas es la de hacer todo lo posible para que se reduzca en el mundo el dolor infligido por las personas: “mi posición puede condensarse diciendo que los sistemas sociales deberían construirse de manera que redujeran al mínimo la necesidad percibida de imponer dolor para lograr el control social. La aflicción es inevitable, pero no lo es el infierno creado por las personas”. Queda claro que para Christie la respuesta penal del Estado tiene como consecuencia principal lastimar a la gente, antes que ayudarla o curarla.
El libro en el que dicho autor expone el argumento señalado se titula, providencialmente, Los límites del dolor. Para evitar suspicacias, aclaramos de antemano que los problemas sociales y penales de los países nórdicos no son los mismos que los de Argentina, y mucho menos que los de El Salvador. Sin embargo, tener en cuenta las palabras de Christie puede ayudarnos a buscar -más allá del modelo Bukele y los hábitos que entraña- un punto de orientación que se encuentre por encima del infierno.
Ezequiel Kostenwein, investigador del CONICET

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