
En ese territorio difuso e inestable que es la memoria —cuando ella es una posibilidad intermitente— sueño, recuerdo y olvido, son inseparables. No podría distinguirlos del todo. En ese limbo la visito, y ocurre algo así como una conversación. Entre lo que sería mejor olvidar pero conserva intacto; y lo que quisiera recordar pero no puede, nos encontramos. La observo existir en su capacidad de ficcionalizar y darle a lo insoportable fabulosas versiones. ¿Fabulaciones?
Hoy se me ocurrió preguntarle si soñaba, o mejor dicho, si recordaba los sueños. Me regaló una gran respuesta: “¡Claro! Sueño para recordar”.
—¿Y qué soñaste?
“No me acuerdo”, respondió. Me hizo reír tanto.
Tal vez no tiene importancia porque cuando sueña, recuerda. En ocasiones, el sueño es la medida, o condición de posibilidad, del recuerdo. Tal vez, entonces, no hay recuerdos más allá de las fronteras del sueño. Ambos son fragmentos de Historia y al mismo tiempo, ficciones. Invenciones verdaderas.
¿Sueña dormida? ¿O la vejez —o la vida— que le queda aún es la de soñar despierta?
No tengo idea si recordará mi visita luego de irme (¿seré yo uno de sus sueños?). No me recordaba al llegar, pero al despedirme le doy un beso, y me pregunta:
“¿Volvés, no?”.


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