Todo esto ocurrió, más o menos.
Kurt Vonnegut.
Es domingo por la mañana y andamos en bicicleta junto al río. Hace frío y mamá tiene puesto un peludo suéter rosa y una bincha blanca. Lore tiene un suéter fino, con rayas como electricidad, de colores marrones claras y blancas. Yo voy detrás. Mamá me pide que mire como el sol se refleja en el río. Vuela mucha tierra, veo el brillo flotando y moviéndose.
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Lore me ayuda a buscar mi garrote de Pedro Picapiedra. Es de goma espuma y de color marrón oscuro. Mamá lo compró para un acto del jardín. Lore lo encuentra en el galponcito del patio. Está mordido, dice. Ya no sirve. Me pongo a llorar. Mirá, dice Lore y señala el árbol de damascos. Le digo que no quiero. Insiste en que mire de nuevo y aclara: fíjate, que entre las hojas y las ramas, entra el brillo del sol, como en el río.
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Le digo a mamá que no encuentro el Tiki-Taka y me dice que lo dejó en la alacena. Lo busca porque no la alcanzo. Mete las manos y saca las dos pelotitas y el anillo donde se pone el dedo. Le pregunto por el hilo, dice que tenemos una rata.
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Hace frío. Papá nos dejó esta casa porque mamá se la pidió. Es una casa muy fría. Mamá nos da las buenas noches. Pone arriba de la frazada, a la altura de mis piernas, su campera verde claro, con marrón oscuro y negro. La abrigada. Me pregunta si así está mejor. Digo que sí. Sobre las piernas de Lore pone la campera bordó y le pregunta lo mismo. Nos dice que nos ama hasta el cielo ida y vuelta en tortuga. La miro mientras mete la frazada bajo mi cuerpo para que duerma más calentito. Pienso que es como el río y como el árbol de damascos. Que, de alguna manera, el brillo del sol se metió en sus ojos.
Todo eso sucedía hace veintitrés años. En mi cabeza, ahora. Ninguno de los que fui, ni el que soy, cruzó el mismo recuerdo dos veces. Y es que, como dijo Georges Perec: “no son exactamente recuerdos, ni son, desde luego, evocaciones personales, sino pequeños fragmentos de cotidianeidad, cosas que, tal o cual año, toda la gente de la misma edad ha visto, ha vivido, ha compartido…”, y, por cómo viene la cosa, me temo que volveremos a ver, a vivir y a compartir.
Es que el pasado no está muerto, ni siquiera ha pasado, dijo Faulkner, más o menos.
Soy Nahuel Juárez, nací en Baradero pero vivo en Rosario desde el 2009. Estudio la Lic. en Comunicación Social de la UNR y participo en el Taller Alma Maritano de escritura creativa coordinado por el escritor Pablo Colacrai.
En 2016 publiqué mi primer y único libro Sería ser, editado por Escritor de la Legua. En el 2019 formé parte de la Antología Literatura en Flor, Rosario.
He llegado a instancias finales del Premio Itaú Cuento Digital, categoría General (2019-2022). También fui premiado en el IV Certamen Literario Osvaldo Bayer “Historias de Malvinas” 2022.
Algunos de mis cuentos fueron publicados en revistas digitales y en la actualidad realizo colaboraciones en la Revista MU de Lavaca
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