Desde que tengo memoria, el amor, fue una preocupación. Eso que sucedería en algún momento y claro, debería estar preparada. Casi como un deber ser.
El deber ser de las películas.
El deber ser de mamá y papá.
El deber ser de las novelas.
El deber ser capitalista en y del amor: evitar el error, el dolor. Más posibilidades, en menos tiempo, sería lo mejor.
¿Acaso la llegada del amor no es inesperada y, por lo tanto, nunca estamos preparados para ese acontecimiento?
La irrupción del amor es eso: un acontecimiento. Una batalla entre Cronos y Kairos. El amor sucede y las agujas del reloj empiezan a fallar, la maquinaría se rompe. No hay preparación previa para el amor. Pero si tenemos al alcance de todos nuestros sentidos la posibilidad de transformar ese acontecimiento en un encuentro amoroso. Digo un, porque no es cualquier encuentro: lo que viene después, después de esa primera mirada, de las primeras palabras sólo es posibilidad.
No hay preparación previa. Porque no hay métodos en el amor. No hay un deber ser en y del amor.
Como lo dice Spinoza: “Nadie sabe lo que puede un cuerpo, más que cuando los cuerpos empiezan a poder…»
Esa primera mirada de reconocimiento, que da lugar al deseo. Ya no basta con contemplar la sonrisa: “ahora deseo conocer qué te hace reir. Y redoblo la apuesta deseo reirme con vos.”
No hay preparación para el amor, pero si hay historias previas: calambres en el alma de tanto extrañar, caricias que no lograron estremecernos; las veces que nos temblaron las manos, se nos aceleró el corazón y se nos hizo un nudo en el estómago ante esa mirada que creíamos la definitiva y que después devino en noches de insomnio. Unos cuantos cigarrillos y la necesidad de arrancarnos un nombre de la cabeza deseando con fuerza que las calles, los bares y alguna que otra plaza no nos recuerde las sonrisas cómplices, las caminatas agarradxs de las manos y mucho menos, que las sabanas no nos devuelvan un perfume. La confusión de amor con ganas de acurrucarnos en la cama un buen rato o esa necesidad de persuadir la soledad un domingo por la tarde. Las veces que nos quedamos en lugares donde no sólo dolía el alma sino también el cuerpo, pensando que el amor era “soportarlo todo” y no, la cosa no iba por ahí…
Ninguna historia anula a la otra, solo queda hacernos cargo de ese pasado. Reconocer que el deber ser del Disney no existe y que, probablemente la enseñanza de mamá y papá es el “hacer lo que pudieron con lo que tuvieron” y que el sistema capitalista poco sabe de la entrega que supone el amor, porque destruye su lógica, en el amor no hay tiempo para el cálculo.
“Cualquier ruptura con la cadena lógica de coordenadas espacio temporales no solo nos asombra, sino que sobre todo nos propina una dosis excesiva de felicidad. De gozo. Es tan increíble que el acontecimiento suceda, que solo nos podemos maravillar. El milagro de la felicidad. Los milagros son siempre a destiempo. Llegan cuando menos lo esperamos. Son la deconstrucción de la idea misma de espera” [1]
El amor es un devenir, el amor es ese estallido que nos derriba y nos deja plasmados preguntándonos ¿y ahora qué?
«Y ahora imagino que estás cerca, evoco tus facciones, primero tus ojos, juego a recorrerlos con mis dedos, a contornearlos, continuo con tu nariz y me detengo en tu boca. La acaricio para después besarte. Imagino tu pelo, y dejo habitarme por el recuerdo de la tibieza de tu piel, cerca de la mía. Recuerdo el sonido de tu voz y cada una de tus palabras, tus relatos que me hacen mirarte con asombro. Juego a cerrar los ojos y traer la convicción con la que nombras tus creencias y la ternura con la que me hablas. Me dejo atrapar por ese primer gesto de reconocimiento y sigo: Era esto”
Y “esto” es quizás la forma de expresar, aquello que las palabras aún se enredan al querer nombrar y ¡qué bueno! .
Todo se desenfoca. Todo puede suceder.
Hay quienes dicen que el amor sólo es posible cuando se está cerca, otros prefieren entenderlo como un punto de llegada. Algunos prefieren fijarlo de antemano. Unos deciden que el amor no es sólo de a dos.
El amor y sus formas.
El amor como recorrido, no como meta. El amor expande, pero hacia adentro, nos descubre, nos invita a mirarnos. El amor que existe porque nos animamos a descubrirnos en la diferencia.
El amor como invitación.
El amor es todo eso y mucho más. El encuentro amoroso, son todas las posibilidades de ser, de ser junto a… Es animarnos a transitarlo, a mirar de cara el vacío, a sentir ese vértigo que nos produce el no saber que hay después. Es despojarnos de los prejuicios, supone dejarnos sorprender por ese mundo-otro. Es decir “acá estoy, acá estamos”, aunque lo único que tengamos a favor es la certeza de esas cuatro palabras.
El amor es el knock out al miedo.
El amor es la creación de formas hasta el momento desconocidas.
El amor es desear tu cercanía.
Poner a jugar cada uno de los sentidos, inventar un tiempo-espacio nuevo, para habitar ese encuentro amoroso. Jugar a conocer el tiempo para despistarlo, hacerle un guiño a la distancia.
Escribo y mientras lo hago, te tengo presente.
Es cierto que al amor hay que hacerlo, no pensarlo, ya me lo dijiste muchas veces. Pero pensarte es una de las formas que tengo para encontrarte.
[1] Sztajnszrajber, D. “El amor es imposible. Ocho tesis filosóficas”. Ediciones Paidós.
Soy Angelica Zubillaga, tengo 31 años, vivo en la ciudad de Santa fe. Profe en Ciencias de la Educación, egresada de la Universidad Nacional de Entre RÍos, actualmente trabajo como Directora de una Escuela Secundaria y como Asesora Pedagógica de un Instituto Superior, ambos de la ciudad de Santa Fe. Me considero una aficionada de la lectura, escritura y de las artes visuales.
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