DESPUÉS DEL REPUDIO

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Supongo que lo primero es empezar por el principio. Qué sensación de incertidumbre, qué clima de mierda. La verdad que no empatizo ni un poco con CFK, pero aún así, cómo no sentirse atravesado por este aire viciado en el que tamos sumergidos, cómo no repudiar, no la violencia política en abstracto, sino el delirio de una sociedad capaz de consumir hasta los últimos recovecos de algún atisbo de orden social. Y es bien raro salir en defensa de este orden social, siendo que somos sus enemigos, siendo que queremos oponerle otro orden social totalmente distinto de las cosas. Digamos entonces que más que en defensa de este orden, o de Cristina, o de la política, salimos en repudio de un delirio, de un clima fascista capaz de sumergirlo todo en caos irracional. De una escalada de demencia que todo lo corormpe. Eso lo repudiamos.

Dicho esto, las diferencias. Lo que se cuela en el repudio y entra con carpuza detrás de un rechazo más que necesario.

Sobre los “discursos de odio”, no creo que existan los locos sueltos, en el sentido de que todo hecho individual es social, incluso -o sobre todo- el individuo, pero tampoco creo que sea equiparable twittear “ellos o nosotros” a gatillarle un fierro a la vice presidenta. No lo digo para excusar a nadie, la tele y los dirigentes tipo bullrich son gente detestable y desagradable .Son abiertamente enemigos de clase. Son fascistas. Pero la idea de que los discursos matan, que lo que pasó es la encarnación de ese discurso huele a pescado podrido.

Los discursos no matan, mata un loco armado. Y entre Milei en la tele y un loco armado hay un abismo que no se cruza todos los días, y que si se cruzara viviríamos en lo que Hobbes llamaba Estado de Naturaleza: la guerra de todos contra todos que la política, el Estado, el Leviatán vienen a evitar. La idea de que los discursos matan, o mejor dicho que todo es discurso, es el sentido común del presente. Es lo que las cosas aparentan ser, pero no lo que son. Los discursos que existen en circulación son consecuencia de lo social, antes que causa. Los medios reproducen, perciben, recogen de lo que ya pulula. Al fascismo de la época hay que tratarlo como a un dato de la época, y de ahí hay que poder explicarlo. El sentido común militante hoy lo explica como una operación mediatica, como el resultado de un constante bombardeo mediatico que va minando en las cabezas de la gente hasta que empiezan a vomitar cosas fascistas. Pero el fascismo más bien expresa la descomposición social de la crisis de inmensas magnitudes en la que nos vemos envueltos. Crisis mundial, crisis civilizatoria, y crisis argentina más específicamente. El fascismo es una respuesta de derecha de cara a la crisis antes que una operación mediatica.

El problema es que la democracia no está en peligro, sino que el fascismo es perfectamente compatible con la democracia. Lo que está en peligro es la sociedad entera, nuestra misma existencia. Y eso no se resuelve con urnas, sino que las urnas contienen al fascismo. Por eso existen Milei y Bullrich cómo fuerza política. Mientras les opongamos urnas, mientras sostengamos la mentira de que la democracia se opone a la violencia, de que “el amor vence al odio”, de que el problema son los periodistas, seguiremos viendo anonadados cómo ellos avanzan y nosotros retrocedemos.

Porque no son solo los argumentos que se nos cuelan para rechazar al fascismo, son también los acuerdos que se develan, y que vienen de larga data, en un país atosigado por sus propios fantasmas.

Los convenios alfonsinistas siguen vivos, y siguen vivos en nosotros. Esa es la oposición entre democracia y violencia. Pero la democracia rechaza solamente la violencia explícita, en el sentido en el que la política reviste a la guerra, en el sentido en el que Hobbes entiende que la política es la manera en la que se procesan el conflicto sin guerra abierta. ¿Qué son sino violencia el hambre y la muerte sistematizada?

Desde ahí, política y guerra, democracia y violencia, son inseparables, no escindibles.

Su oposición es una apariencia, y debiéramos tener cuidado en rechazar la violencia de nuestro propio campo. No es esa la historia política de la Izquierda, ni la del peronismo, ni la del movimiento obrero. Siempre supimos que un rechazo a la violencia en general iguala a la violencia del oprimido con la del opresor. No perdamos eso de vista cantándole loas a una democracia putrefacta.


*Iván Horowicz es productor, periodista, profesor de historia y tiene un gato que se llama Güerrín.

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