
El amor para cada uno es algo distinto, dice Guillermina en forma pausada y suave, como si pensara en voz alta.
No pienses tanto, le digo, el amor no es un bolero. Y Guille se ríe.
Es que esto es verdad, boludo, lo entendí hace poco, yo creí toda mi vida que el amor era de una sola forma y para todo el mundo igual, me explica mi amiga con sabiduría y angustia a la vez.
Está muy bien eso. Nunca lo pensé desde ese lugar ¿es bastante lógico, no? Y pragmático también.
Claro, dice Guille levantando la voz. No es la mierda ideal que nos hicieron creer. Con toda esa bosta romántica de mariposas y flores y esos estúpidos cosquilleos en la panza y el puto deseo de siempre.
Sí, es muy probable. Pero ya sabés, yo cuanto más viejo me pongo menos sé cómo es la canción. Siempre lo digo como desesperanzado.
Guille levanta el vaso y busca el mío para brindar. ¡Me cago en Disney!, grita y hacemos chin chin.
Y arranca.
Que desde hace tiempo le pasaba que cuanto más quería a un hombre y más atraída se sentía hacia él y más lo deseaba, este al final, tarde o temprano, desaparecía de su vida. Y por otro lado en aquellas relaciones que surgían amorosas, sintiéndose querida, que perduraban a través del tiempo y le brindaban afecto y comprensión, se cuestionaba si realmente amaba y era ella la que abandonaba el barco y a la larga desaparecía.
Que por qué esto se repetiría en su vida y a lo largo de sus treinta y tantos años.
Que no a todo el mundo le pasaba lo mismo o al menos no tantas veces.
Entonces hurgaba en su pasado, en su niñez. Cuál había sido la relación con su padre —y toda esa mierda psicológica, decía—. Desde qué lugar elegía, cuáles vértices, qué rincones y qué botones se apretaban cuando esto ocurría. Qué se encendía.
¿Te conté alguna vez lo que paso con Bautista?, pregunta.
Algo me contaste en su momento, pero cualquier pormenor de cómo fue esa ruptura no es difícil de imaginar.
No me hinches los huevos, que vos también tenés tu prontuario, se enoja Guille.
Te recuerdo que vos tenés ovarios, huevos tengo yo, y te informo de paso que están bastantes paspados con esta humedad, lo digo y nos reímos un toque.
Y vos qué creés, entonces me parece que a esta altura las cosas suceden y no dependen del todo de nosotros. Es más, estoy casi convencido que nosotros determinamos muy poco. Incluso cuando creemos que tomamos una decisión en algo, ni siquiera en ese momento somos nosotros quien decide.
Decir sí o no a cada situación no significa que estamos convencidos. Intuyo que no, explico, filosofando un poco bastante.
¿Y quién entonces o qué cosa decide por nosotros? ¡Me vuelvo loca! Me parece todo muy enroscado.
No lo sé exactamente, pero sospecho que decide mucho nuestro antepasado, el propio y el de nuestra familia a través de los genes y demás cosas que desconozco, afirmo como convencido.
Estás loco, no me vengas con esa paja de la biodescodificación o como se llame, los únicos códigos que conozco son los que están en los paquetes de fideos y demás, mirá, en este atado de puchos tenés uno. Se enoja Guille y arroja el paquete de Marlboro arriba de la mesa ratona y se queda mirando el código de barras. Creo que está algo borrachita.
Es terapia le digo, la biodescodificación es terapia, tendrías que probar. Yo hice un tiempo, ¿te acordas?, cuando me había enroscado con ese policía.
Llegué a la casa de Guille hará cosa de una hora, a buscarla para salir, íbamos a cenar por ahí y más tarde a tomar algo. Seguro que se acoplaría alguien más a último momento. Pero seguíamos en su casa tomando unos Cinzanos. Parecidos a los que tomaba mi viejo en los ochenta antes de los asados y que ahora volvía por moda, —vintage—: en la comida, en las bebidas, en los muebles, en la ropa… Todo retro.
Guille fuma y fuma, uno detrás de otro y no puede dejar de hacerlo. Se promete y promete que lo va a hacer. El próximo lunes y empezar el gimnasio y todo, incluso salir a correr.
El televisor que tiene en el living proyecta imágenes de un programa de chimentos, el volumen está en mute y se puede ver el zócalo rojo con letras azules que leemos de tanto en tanto: “Cami Niseconte y Julián Cordero esperan un varón”.
¡Yo estoy esperando un varón, un varón de verdad!, dice Guille y nos reímos a carcajadas.
La tele con sus panelistas hiper maquillados proyecta sobre las paredes del living de Guille sus colores chillones entrecortados por los ampulosos movimientos de los conductores con dentaduras relucientes y soldadas. Las paredes van del rojo fucsia y del verde flúo al azul neón.
El zócalo cambia de frase, pero no de color. Guille se acerca a mí y me agarra el vaso. Te preparo otro, me dice y se va a la cocina.
Bueno contame esa historia con Bautista.
Ok, la última vez que viajamos a Córdoba, ¿te acordas, para las pascuas? del año pasado, me dice.
¿Ya pasó un año que cortaste? ¡Qué loco! Me sorprendo.
Si, así es. Fuimos porque él quería correr entre las sierras y hacer tracking con un grupo de corredores amigos.
Era la segunda noche que estábamos y recién llegábamos de andar todo el día, habíamos cruzado arroyos, por lugares que no llegan los turistas. Comimos al sol al lado de unas cuevas y hasta perseguimos huellas de pumas. Nos habíamos bañado en una de esas fuentes naturales increíbles que hay allá arriba. Estuvo muy bueno. La habíamos pasado bárbaro. Bah, están las fotos, después te las muestro. Estábamos en la cabaña y yo entré para bañarme y él se quedó afuera cortando leña. Queríamos prender el hogar y cocinar algo.
Guille trae los vasos cargados de Cinzano, me alcanza el mío, toma un trago y se sienta en el futón. Su cara se había puesto un poco tensa y algo pálida. Sigue contando.
Mientras me bañaba me llegaban los golpes del hacha a través de la madera, el piso de la ducha vibraba. Todavía me queda la imagen de los globitos de shampoo en el suelo que se iban reventando uno por uno con los golpes. En un momento y mientras me secaba dejé de escuchar el hacha, y me dije bien, terminó, ahora me pongo a hacer las ensaladas, sirvo unos tragos mientras prendemos el fuego y todo eso. Pero cuando salí del baño me di cuenta que Bauti no había entrado aún y me acerqué a la ventana a ver si estaba juntando la leña, y si me cambiaba rápido, pensé poder ayudarlo a entrarla. Corrí la cortina y lo vi de espaldas, sosteniendo algo pequeño en sus manos que se movía y vi unas alas que se agitaban y unas patitas que se estiraban, una paloma creo… Para que no me vea mirándolo solté la cortina y la sostuve a la vez para que no se moviera y vi ahí entre la transparencia de la tela como se llevaba ese animalito a la boca, vi como lo mordía, le vi mancharse la cara y arrancar en un tarascón plumas carne sangre, un asco… un horror… Mientras la paloma o lo que fuera se seguía moviendo, se retorcía tratando de escarparse.
¿Qué me estas contando Guille?, pregunto horrorizado.
Eso, un asco, todavía no puedo dormir de un solo tirón, siempre me despierto recordando algo de esa noche, siempre aparece alguna imagen. Mucho miedo me agarró, paralizante, imaginate el cagazo.
Me imagino, una locura, digo sin entender nada de ese momento.
Guille continúa…
Me fui alejando de la ventana, pero sin dejar de verlo porque tenía miedo de que me hubiera visto. Pero no, se giró y se puso otra vez de espalda y siguió luchando como un perro. Volaban plumas.
Igual no lo podía creer, pensé incluso que me estaba haciendo un chiste, casi abro la puerta para preguntarle qué estás haciendo, pero me dio miedo y me fui corriendo a la otra ventana y pude verlo sentado sobre la leña y seguía comiendo bocados de la paloma que sostenía entre sus manos, miraba para los costados, para el frente, calculo tratando de saber que nadie lo estuviera observando.
¿Y qué hiciste?, pregunto.
Vomité, me fui corriendo al baño y vomité. Estaba muerta de miedo y mi cabeza enloquecida se preguntaba si me iría a comer a mí.
¿Entonces?
Me fui a la cama, pensé en irme, pero me dije, si nunca me hizo nada en todo este tiempo, por qué hoy habría de hacerme algo, no debería ser la primera vez que lo hace.
Me preguntaba mil cosas, como qué clase de enfermedad era, si es que lo es. Desde cuando lo haría, si desde chico y por qué.
¡Que tremendo, amiga!
Me puse a googlear, después. Apareció de todo en internet. Un tipo de Centro América lo hacía desde siempre porque decía que así la sangre caliente le daba más fuerzas para hacer sus trabajos etc. había fotos, un loco total.
Rarísimo todo, nunca había escuchado nada igual, mirá que yo me crie en el campo y nunca escuché algo así, más allá de cogerse ovejas no pasa de ahí, comenté. Sé que algunos orientales comen peces y bichos de mar vivos, pero no otra cosa. ¿Y después qué hiciste?
Después vino para la cama y yo temblaba de miedo y estaba inundada de asquerosidad. Petrificada de la impresión. Sentí miedo de él, se acostó y al rato apoyó su brazo sobre mi cintura. Cuando lo hizo se me paralizó el corazón. Fue suave y sentía cómo su respiración se iba calmando. Sentí también algo de culpa en él, por sus movimientos lentos y respetuosos. Porque no nombró nada de la cena ni del fuego, como si hubiese sabido que yo lo había visto y se hiciera el boludo.
No pude dormir en toda la noche. En un momento quise saltar de la cama y pedirle explicaciones. Pero tuve miedo.
Las preguntas en mi cabeza y la confusión me acompañaron toda la noche. En el aire sentí el olor a plumas y tuve que levantarme al baño a vomitar de nuevo. Ya era el alba y me quedé en la cocina y no volví a la cama. Él dormía, como si nada.
¿Y qué hiciste al otro día?
Pensé en agarrar el bolso e irme. Pero necesitaba saber por qué, entender.
Me fui a caminar temprano. Fui hasta el rio y junté piedras y flores. Tratando de no pensar y luchando contra las imágenes para. Pasé por una verdulería y compré frutas.
Cuando salí de la cabaña salí por la puerta de atrás, no quería ver nada desagradable en el frente.
No quería regresar, construía la idea de seguir haciéndome la boluda, como que nunca había visto nada, pero me preguntaba cuánto tiempo podría sostenerlo.
¿Y la confianza en él?, pregunté.
Sé que él sufría y se moría de vergüenza. Sé que seguramente vendría luchando toda su vida con eso.
Y por otro lado la duda al enfrentarlo, ¿cómo reaccionaría?
Fui tratando de olvidar, hablar de cualquier cosa, hacer planes…pero no. Se levantó, desayunamos y fuimos hablando del tiempo y de su trabajo y la posibilidad de volvernos y ahí aproveché y dije que una amiga mía estaba mal y que me necesitaba y que lo mejor sería volvernos.
Hicimos los bolsos, nos subimos al auto, pasamos por la recepción y devolvimos las llaves. El viaje fue duro, no pasaban las horas. Traté de dormir lo más que pude. No pude ni escuchar música.
Qué raro todo. ¿Y acá se siguieron viendo? ¿Qué onda, como siguió después?
Nos llamamos varias veces y en una de las ultimas me dijo muy serio que estaba yendo al psicólogo y al médico. Me lo tiró como para que yo le preguntara algo. Ahí confirme que él sabía que yo lo había visto. Me hice la boluda otra vez. No volví a llamarlo más, ni él tampoco a mí.
De golpe nos asustamos, de la tele salieron gritos, Guille sin darse cuenta había apretado el volumen del control y nos llegaron las frases prominentes y chillonas: “¿Pero ella ya estaba saliendo con otro, no? ¿De qué se queja? ¡Digo, porque ahora anda llorando por los rincones la mariquita, pero bien que en su momento no le importó engañarlo!
Guille volvió a apretar mute y siguió.
Qué loco. ¿Y qué onda los sentimientos, no sé, qué onda?
Es raro todo para mí, el miedo me había paralizado y el asco hizo que no pueda seguir viéndolo como un hombre, no sé.
Entiendo, está claro. Entiendo, raro igual todo. Opino sin saber.
Al fin terminamos nuestros Cinzanos y propongo irnos para encontrarnos con otros amigos en el bar.
Decidimos no cenar. Vamos en mi auto casi en silencio.
Llegamos al bar, tomamos más tragos y bailamos entre amigos. Quise hacerme el gracioso con Guillermina y hacerle algún tipo de chiste en referencia con los animales, pero me contuve de quedar como un estúpido y me rescaté.
Al rato veo que está con un conocido, muy ensimismados y me pongo contento por ella. Siempre tiene suerte.
Me pido un café bien fuerte en la barra para poder manejar sobrio y salgo del bar.
La noche está húmeda y comienza a aclarar. Autos trasnochados pasan con sus músicas. Me pregunto qué haré este domingo, pienso en un posible asado, pero me da medio asquito y desecho toda posibilidad.
Me pregunto cuánto tiempo dura una imagen que nos penetra y nos descoloca.
Enciendo el auto y se prende todo a la vez. En la radio suena la voz nostálgica y dulzona de Lila Downs. Me imagino a caballo y bajando de las sierras, al paso cansino del bolero. Atardece y entiendo que el caballo comprende la música, siento que se bambolea al compás.
Subo la autopista y acelero. Pienso en el horror que llevamos cada uno de nosotros dentro. Pero no quiero pensar más por hoy, me digo: en media hora estaré en mi casa durmiendo calentito y me regocijo, sé que ese simple hecho me hace feliz.

Leonardo Beneyte Giner Arquitecto y escritor.
Nacido en Bahía Blanca, el 16/03/65. Estudié con el escritor y formador de escritores el Marplatense Daniel Boggio, en talleres literarios en los que asistí a lo largo de cinco años en la biblioteca de las Naciones Unidas en la década de los noventa en Mar del Plata. Boggio maestro de escritores como: Miguel Hoyuelos, Mauro De Ángelis Ignancia Sansi, Fernando Del Rio, Aly Corrado Mélin, Santiago Fioriti y tantos otros. A él, si algo aprendí del escribir, le debo las herramientas y amor para hacerlo. A él, a Abelardo Castillo y Raymon Carver.
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