humano roto y mal parado / roberto borello

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Mucho se ha debatido, discutido y argumentado sobre la ruptura del tejido social; ese entramado vincular que sostiene las relaciones de los miembros de una sociedad y principalmente acompaña a las generaciones en crecimiento, orientándolas en el conocimiento del mundo.

De acuerdo a las experiencias que se atraviesan en este caso, en el ámbito educativo, ese tejido no es qué está fragmentándose, directamente no existe, y “los rotos” son, en este caso los adolescentes como grupo social etario. En los últimos tiempos vienen siendo los depositarios de las frustraciones del mundo adulto, endilgándoseles males sociales como la apatía, el desinterés, el consumo problemático. Se lo caracteriza con sujetos “incompleto” que deben adquirir imperativamente una conducta moral que lo convierta en el ejemplo del “ser social”.

El andamiaje que otrora las generaciones adultas poseían siendo quienes no solamente albergaban a los jóvenes en el seno de lo familiar, lo institucional, lo social y presentaban este nuevo “mundo” desconocido en el que en algún momento debían desarrollarse como sujetos convivientes con otros, ha mutado. Hoy, la crisis de autoridad, no entendida como la facultad de doblegar la voluntad del otro desde una legitimación abstracta, sino como la guía y orientación para la presentación de normas que reglan la vida social, es una realidad concreta.

“Si quien detenta autoridad debe recurrir a la coacción o a la persuasión para realizar su voluntad, entonces en realidad resulta que hay un déficit de autoridad…” (Di Pego Analía 2007).

Las instituciones que poseían autoridad social (Estado, Iglesia, Familia, Escuela…) se han reconfigurado en modos de exigir actitudes y aptitudes esperables de los adolescentes; y lo que presenta mayor gravedad, desde distintos niveles se invalida el pensamiento y las propuestas de los jóvenes aun cuando se cree que se brindan oportunidades

¿Cómo se produce este fenómeno? Desde el “adulto centrismo” que cree saber qué disfrutan o qué deberían al menos disfrutar, qué los convoca, los moviliza, los atraviesa los chicos. No existen espacios de escucha atenta en los lugares de autoridad, no se tolera la “quirúrgica eficacia” que tienen los jóvenes para revelarnos como seres falibles.

Así se presentan miles de pibes patologizados, desde una mirada segmentada y estigmatizante, sin plantearnos qué es lo que nos quieren gritar desesperadamente. Desde esta perspectiva están “rotos”, algo no funciona, algo no estarían comprendiendo, porque las conductas esperables no aparecen en el tiempo y lugar correcto.

Y se convoca a aquellos que trabajan con jóvenes y adolescentes desde una escucha activa, a “reparar” ese daño. Como un relojero, cambia la pieza de un mecanismo que no funciona, se pretende la sustitución de lo emocional, lo vincular, lo comportamental para la acción correcta y necesaria; negando un camino de construcción de subjetividad individual y colectiva, de adquisición de valores, de recorrido de una historia personal que los hace ser en el mundo.

Estamos llamados como sociedad a alojar hospitalariamente a los jóvenes y adolescentes, que además de tener que sufrir las consecuencias de las decisiones de “una adultez capacitada”, tienen el enorme desafío de construir un proyecto de vida que hoy se les presenta atemorizante, incierto y desconocido.

Citando a uno de los grandes filósofos que el rock nacional y la cultura argentina nos ha regalado: “Tenemos la suficiente edad para que, en vez de bajarle línea a los chicos, los escuchemos. Porque en sus nervios hay mucha más información del futuro que tipos de nuestra edad puede tener para aconsejarlos…”.


Roberto Borello, papá de Eleonora y Bruno. Profesor de Cs de la Educación, Facilitador de la Convivencia en la EESO Nro 446 y la EESO Nro 584, docente de Didáctica Específica II del Profesorado de Artes Audiovisuales y Jefe de Práctica de Residencia en la Escuela Provincial de Arte Nro 3 de Venado Tuerto.

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