Je suis Edipo*
A los psicoanalistas se los acusa de romper demasiado las bolas con el Complejo de Edipo y, la verdad, es que tienen razón. Un lugar común y demasiado universal. Sin embargo, el chiste, el jugo, la parte más interesante del asunto, no radica en el cuentito de mamá y papá. El carozo de la cosa está en que Edipo, frente a las cuarenta que le canta el oráculo, decide escapar. Cuando escucha que va a matar a su padre y que finalmente se va a casar con su madre, huye como rata por tirante, en dirección contraria a las palabras que le señalaba el puto Destino. Quiso hacerse el boludo y así poder zafar de semejante quilombo griego.
Pero el mito cuenta que, sin saberlo, termina matando a un hombre cualquiera (eso debería ser un padre) que finalmente resultó ser su viejo y, qué, muchos años más tarde, se enamoró de una mujer mayor con la que decidió casarse, sin sospechar que esa señora de blanco, ya lo había amantado.
En general, los psicoanalistas implantan el triángulo edípico, porque no viene de fábrica. Un poco está bien, a condición de no convertirse en colonos y de que lo que quede subrayado no sea la fuerza del destino, sino que el trágico héroe, no sabía lo que estaba haciendo.
Esto podría despegar uno de los stickers más vendidos el año pasado: “Lo que sucede conviene”. Porque la humanidad está en huida. Así matamos y nos casamos, sin tener la menor idea del drama en el que estamos actuando.
Todos somos Edipo, y no es un tema de grandilocuencia, ni de vestir remeras que digan: “Je suis Edipo”. Tampoco se trata de casarse con la vieja para ganar tiempo, y evitar pagar en dólares argentinos, la suscripción de la app de citas con mejor puntaje.
Somos protagonistas y héroes en nuestras pequeñas tragedias. Quizás por eso, los que se analizan, abonan los honorarios para tener el honor de poder hablar de ellos mismos (el anzuelo más subversivo que hasta la fecha no deja de pescar)
Todos queremos evitar nuestro destino y corremos en dirección contraria. Todos, o casi todos, terminamos produciendo lo que más queremos evitar.
Creemos estar yendo detrás del amor, pero lo que no sabemos, es que somos empujados por un deseo feroz e irremediable.
Dicen que el amor y el deseo son cosas muy diferentes, como primos segundos, por eso casi nadie se anima a los efectos anormales que puede producir mezclar sandía y vino.
Nadie muere de amor, pero, cuando te subís al tranvía del deseo… ¡mamita! Agarrate fuerte, porque nunca llegas a ver la curva que te saca de la carrera por completo.
Desear, sin tener un poquito de amor para dar, es tan tóxico como compartir tu ubicación en tiempo real, solo para que el “otro” sepa dónde estamos, mientras Edipo sigue tropezando desorientado.
*Fragmento de la novela inédita “La Gira”
Jeremias Aisenberg es psicoanalista y escritor.
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