
En 2024, Los Piojos anunciaron su retorno a los escenarios después de 15 años y se publicó en castellano «Porsiemprismo” (Caja Negra), un pequeño e interesante libro de Grafton Tanner. ¿Pero qué tienen en común estos dos eventos tan triviales? La respuesta breve es: el tiempo.
Siguiendo la estela de Mark Fisher, la obra de Tanner se ocupa de la nostalgia en los productos culturales de la actualidad. La capacidad del capitalismo de transformar cualquier cosa en objeto de consumo no es novedosa. Tampoco que el consumismo ya no se trata de comprar y acaparar bienes, sino de adquirir y descartar inmediatamente experiencias, emociones y anhelos. Bauman y Baudrillard, entre otros, lo enseñaron hace muchos años. Conforme a esto, sería sencillo concluir que la nostalgia se ha transformado en un objeto de consumo.
Sin embargo, Tanner sugiere que en las sociedades occidentales ya no es posible sentir nostalgia porque el pasado está en el presente. Los universos cinematográficos como Star Wars, Marvel o El Señor de los Anillos, el archivo infinito de la web, la clonación de voz o los hologramas de los conciertos en vivo son ejemplos de esto. No necesitamos apelar a la memoria para volver a disfrutar de las canciones o películas que tanto nos gustaban. Alcanza con un celular con acceso a internet. Ya no podemos sentir nostalgia porque el mercado cultural está abarrotado con este tipo de productos. Vivimos en un porsiemprismo.
Esta teoría puede ser objeto de varias lecturas. Por ejemplo, la tesis de que el retorno constante al pasado impide imaginar otros futuros posibles debe tomarse en serio. Esta es una de las claves del nihilismo neoliberal: no hay alternativa. No obstante, por momentos parece que la obra de Tanner es incapaz de despegarse de cierto halo pesimista y aristocrático que pesa sobre la crítica cultural de izquierda desde Adorno en adelante. Esto implica otra perspectiva, donde la nostalgia es un sentimiento positivo que no está, no puede, e incluso no debería estar al alcance de todos.
Esta segunda lectura contribuye a quienes afirman que todo tiempo pasado fue mejor y, en materia cultural, que lo bueno ya no puede sentirse nuevamente, lo que convierte a esas experiencias en un tesoro que sólo ellos poseen. Se trata de una especie muy particular de sommeliers culturales que, a falta de otros quehaceres, intentan adueñarse de una verdad insondable por definición. Para ellos, no habrá nadie como Los Beatles o los Rolling Stones, aunque es bastante probable que en los ‘60 hubo quienes decían que el rock no era música y, más atrás, que Wagner era un salvaje en comparación con Chopin. Sí, es verdad que ya no están Led Zeppelin o The Who, que el mensaje de Creedence no puede entenderse sin la Guerra de Vietnam o que The Wall no tiene sentido en el ocaso de la sociedad disciplinaria. ¿Pero eso debe evitar que disfrutemos su música?
Cuando leí “Porsiemprismo” me sentí bastante a gusto con sus tésis. Las nuevas películas de Star Wars no me gustaron en lo más mínimo y escucho muy poca música actual. Por eso, cuando llegó el momento del ritual de Los Piojos en Rosario tenía sentimientos encontrados. Son mi banda de la adolescencia, transcurrieron más de 15 años desde que los ví por última vez y muchos decían que no eran Los Piojos de verdad porque faltaban Micky y Tavo, dos de los miembros originales, el segundo fallecido trágicamente hace tiempo.
Pero cuando las luces del escenario se encendieron y se dejaron sentir los primeros acordes, todas mis dudas se disiparon. No sé si sentí nostalgia. No creo que sea eso lo que fui a buscar. Era consciente de que el tiempo pasó (mis piernas no me dejaron olvidarlo). Sólo me dejé llevar y disfruté cada tema en ese mismo momento.
Estoy de acuerdo en que la industria cultural hoy en día se empecina en no dejarnos olvidar. Pero creo también que la nostalgia puede ser artificial o no. Para diferenciarlas, hay que prestar atención a las vibraciones del cuerpo, a la piel que se eriza, a la sonrisa que se dibuja en los labios o las lágrimas que afloran en los ojos. Lo que intento decir es que nadie puede decirnos lo que debemos sentir, que no debemos dejar que ni el capitalismo ni la intelectualidad se adueñen del tiempo o nuestras emociones.
Hay dos verdades que debemos tener presentes. Primero, que la flecha del tiempo es de acero. Segundo, que somos efímeros para el gran trazo del universo o, como dirían Los Piojos, que somos fantasmas peleándole al viento. Por eso, lo mejor que podemos hacer es disfrutar de los que nos gusta sin temores ni explicaciones.

Dr. Juan Cruz Ara Aimar. Abogado – Doctor en Derecho – FDER-UNRProf. Sociología General y del Derecho. Prof. Filosofía del Derecho

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