restitución de las palabras / cecilia carné

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Un día de diciembre del 2021 salí del hospital donde trabajo, a comprar alguna cosita para almorzar. Estaba pendiente del teléfono resolviendo un asunto importante. Eso me tenía abstraída.

Ya de regreso, muy próxima a la puerta pasó un pibe en bicicleta y me arrebató el aparato. Me lo sacó de la mano. Fue casi sin darme cuenta. Él venía detrás mío, solo alcancé a verle la espalda, la gorrita. Tuve el impulso de correrlo, pero me di cuenta que era en vano. Empecé a gritar como loca. A insultar. A suplicar. Se perdió en el tránsito.

Pensé en las mil aplicaciones, el banco, los pagos. y también pensé en los últimos mensajes que intercambiamos con mi papá. Enseguida se acercó una paciente que estaba de salida: “No se preocupe doctora, vamos a llamar a la policía”. Marcó el 911 y me puso al teléfono. Yo estaba en un estado de confusión total. Se acercó otra persona, y otras más.

Cuando todavía seguía en la conversación telefónica, apareció un motoquero totalmente vestido de negro. Casco, piloto, barbijo negro. Sólo se le veían los ojos. Traía mi celular en la mano. Los que ahí estábamos no podíamos creer el acto heroico. Hubo exclamaciones, aplausos. Yo lo miré a los ojos y le dije: “Sos un ángel”. Él me sonrió y desapareció.

Un año después, una tarde calurosa de verano, salía del hospital esta vez en el auto. Llevaba las ventanas en alto, tenía puesto el aire. (Que no enfría tanto pero me hace sentir que adentro estoy más fresca). El semáforo me obligó a frenar en la esquina, otra vez un pibe se me vino encima, rompió el vidrio y me arrebató el teléfono. Yo le hice resistencia, un poco forcejeamos, también grité. “No, no, no, no me lo saques”. Cuando entendí que de cualquier manera se lo iba a llevar, solté y se fue corriendo. Quedé muy nerviosa, llena de vidrios. Pensé que esta vez no lo iba a recuperar. No pasa dos veces. Respiré hondo. Se acercó una mujer con una bebé en brazos, me decía que vaya a buscarlo que son “los que paran en la esquina”. Otro muchacho me preguntó si estaba bien. Me hizo señas para que salga del tránsito. Me ofreció su teléfono para llamar. Puse balizas, moví el auto hacia la esquina toda temblorosa.

Por atrás otra vez apareció un motoquero con mi celular en la mano. Entonces bajé del auto, lloré, le agradecí, creo que lo abracé. “Flaco, sos un groso”, dijo alguno.

El motoquero notó que tenía el brazo lastimado y me preguntó si podía curarme. En eso se acercó alguien más con un vaso de agua, había ido hasta el bar de enfrente a buscarlo para mí.

No sé muy bien porque estoy escribiendo estas líneas. Creo que desde entonces intento encontrar explicaciones.

Estos últimos días me sentí mal, muy confusa, el otro puede ser enemigo o semejante. hay grietas que se han vuelto abismos.

Trabajo desde hace un tiempo con personas que cometieron delitos. Trabajo hace tiempo con mis propios prejuicios. Quiero mirar a los ojos, quiero confiar. El otro es otro. ¿Podremos volver a las palabras?

Cecilia Carné. Psicoanalista y docente. Trabajadora de Salud Pública 

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