segunda persona / martín kohan

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Si en la escuela no nos hubiesen enseñado la conjugación verbal de “vosotros”, no podríamos entonar las estrofas del Himno Nacional Argentino. Y si no nos hubiesen enseñado la conjugación verbal de “tú”, no podríamos cantar por caso “Paisaje” de Franco Simone. Son apenas unos pocos ejemplos, ya lo sé, y hay una clara disparidad entre ellos; pero sirven para justificar esa obstinación pedagógica que no guardaba (ni guarda ahora, ni guardará) una relación directa con el lenguaje que efectivamente usamos. En la escuela se enseña “vosotros”, en la vida decimos “ustedes”; en la escuela se enseña “tú”, en la vida decimos “vos”. Es el mismo corrimiento que va de “Oíd, mortales” a “Oigan, che”; es el mismo corrimiento que va de “aire que respiras” a “aire que respirás”.

            Vosotros, tú: no forman parte del uso cotidiano. Aunque sirven, aun así, para responder adecuadamente a las exigencias estatales (y no solamente estatales; basta recordar los reproches que se le dirigían a Messi por callar en vez de entonar, por murmurar en vez de cantar) respecto de los rituales patrios; y sirven para dejarnos tomar a pleno por aquellas letras tan decisivas para nuestra educación sentimental (no era distinto lo que pasaba, ni lo es ahora, con las letras del rock nacional: están a menudo en tú). Podría agregarse, incluso, que esa diferencia importa; que es preferible no conjugar igualmente los versos de la canción patria y los dichos cotidianos, que es atinado que conjuguemos de una manera distinta los fraseos del amor. Viene bien ese vosotros, le imprime su adecuada solemnidad a esos versos con los que de hecho concluimos jurando que sí, que estamos dispuestos a morir coronados de gloria. Y vienen bien esos tú, que le otorgan al decir del amor cierto registro algo impostado (porque la impostación al amor no le quita autenticidad; al contrario, se la agrega).

            Entonces puede estar bien que nos enseñen los verbos así, con esas dos segundas personas (la del singular, la del plural) que quedarán casi sin uso. Porque tampoco es indispensable, según creo, que todo lo que se enseña en la escuela encuentre su traspaso directo en el mundo de la vida, su  inmediata aplicación y su utilidad pura y neta; puede ser que venga bien algún grado de desfase que en lugar de confirmarnos por completo en lo que somos (y decimos), nos ponga también frente a lo que fuimos y ya no somos (cómo se habló y ya no se habla), frente a los que no somos pero pudimos ser (o podríamos ser). Esa instancia de la formación: la que no solamente confirma, la que no solamente redunda. La que abre alternativas que quedaron descartadas o van a quedar descartadas.

            Queda claro, por otra parte, que aprendemos perfectamente bien el voseo y el ustedes. Es la sencilla eficacia del uso: sabemos esas conjugaciones y las empleamos sin dificultad alguna. No nos trabamos, no nos confundimos, no nos enredamos, no precisamos practicarlo a solas para no tropezar en público. Hacemos los deberes escolares con el tú y el vosotros; luego decimos vos, luego decimos ustedes. Justamente, por fuera de los deberes (y no sólo los escolares). Por fuera de la pretensión, hoy por hoy tan extendida, de contar con legitimaciones institucionales, de validarse en una instrumentación oficial.


Martín Kohan. Escritor. Anda dando vuelta tanto gil que se publicita escritor. Y Martín Kohan, tres libros de ensayo, tres de cuentos, diez novelas dice que en un sentido estricto nunca descubrió haberlo sido. Que su relación siempre fue con el escribir y no con el ser escritor, que para él eso nunca representó una ambición o un deseo.

Egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires. Enseña teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Patagonia. Cree que por haber elegido la literatura resignó un aprendizaje, integración, sociabilidad, disfrutes compartidos. Al estar tanto tiempo solo, leyendo o escribiendo, dejó que discretos pasaran por un costado.

Entre sus tantos libros se encuentran El informe, Los cautivos, Dos veces junio, Ciencias morales, Bahía Blanca y el último, de cuentos, Cuerpo a tierra.

En la infancia tuvo una perra: Yenny. En la adultez, un gato: Dumas. Kohan prefiere la ropa de Adidas, es fanático de Boca como su hijo Agustín y al acostarse, antes de quedarse dormido, implora que no lo atraviese el insomnio.

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